La luz de oriente by Jesús Sánchez Adalid

La luz de oriente by Jesús Sánchez Adalid

autor:Jesús Sánchez Adalid [Sánchez Adalid, Jesús]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela Histórica
ISBN: 9788496581272
publicado: 2010-03-14T23:00:00+00:00


28

Alrededor de los manantiales de Dura Europos se había concentrado a casi todas las divisiones principales del ejército. Desde allí se reforzaban los limes, rehaciendo los caminos, levantando torretas de vigilancia, fortificaciones y fosos en los lugares más destacados. Nuestra vida volvió a ser sedentaria por un tiempo; pero el ansia de combate había prendido ya entre los hombres, y mantener en calma aquella aglomeración de variopinta soldadesca se hacía imposible.

Fueron días que se parecieron los unos a los otros: la tropa trabajaba mientras había luz y bebía vino por la noche, porque había mucho vino en Mesopotamia; los cuerpos privilegiados que no interveníamos en las construcciones, pasábamos más tiempo dedicados al vino y al juego. Surgieron pendencias. Era de esperar que aquel estado de cosas terminara por minar el ambiente. «¿A qué estamos esperando?», era la pregunta que enervaba los ánimos. Todo el mundo hablaba de las riquezas que había más allá del Eufrates, pero nadie sabía por qué el emperador no se decidía a avanzar.

Uno de aquellos días, a la caída de la tarde, se vio en el horizonte una larga fila de camellos.

«¡Son los hombres de las provincias árabes!», exclamó alguien. Pusieron sus tiendas en el límite meridional del campamento, e incorporaron a él sus costumbres y su forma de vida, sus mujeres, su calma matinal y su pasión y vehemencia a la puesta de sol. Aquellos hombres de Petra y Aelana eran numerosos, hábiles en la batalla e iban bien armados, pero llevaron consigo la génesis de la división. Unidos a los soldados de Egipto, de Judea y de Cirene, formaron pronto un partido. Estaban deseosos de botín y manifestaron enseguida su descontento, porque no se iniciaba ninguna ofensiva. Cuando fueron comprobando que los que habíamos llegado primero ya habíamos hecho nuestro acopio en las orillas del Eufrates, en los meses anteriores, empezaron a ponerse violentos. No había un solo día en que no surgiera algún conflicto entre los hombres pertenecientes a las distintas alas. Timesiteo tuvo que ponerse firme. Empezaron las detenciones y las ejecuciones. En las afueras, frente a la Puerta Pretoria, se elevaron medio centenar de horcas. No había día en que no aparecieran colgando en ellas los cuerpos de los que habían estado buscando pelea o robando por la noche. Pero aquella medida no hizo sino caldear más los ánimos. Los generales no estaban de acuerdo con que fuera sólo el Pretorio el que impartiera la justicia y se enfrentaron abiertamente a Timesiteo para pedirle que nombrara un tribunal colegiado, formado por magistrados de cada uno de los ejércitos.

El tribuno me mandó llamar.

—Es sabido que conoces la retórica y que has estudiado leyes —dijo—. El general desea hablar contigo.

—Pero hace dos años que dejé mis estudios sin terminarlos —repliqué.

—Sí, bien, pero eso es lo de menos. Algunos miembros del mando te vieron desenvolverte en las disertaciones del filósofo Plotino y están interesados en que prestes algún servicio especial.

Esa misma tarde, el tribuno me condujo hacia el Pretorio. Para mi sorpresa, allí estaba el propio Timesiteo, junto a otros generales e importantes jefes militares.



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